martes, 14 de junio de 2016

El viaje de Nuo

Nuo despertó rodeada de agua. El cajón de fruta sobre el que dormía flotaba en un mar repleto de trastos. Los primeros rayos de sol tardaron en llegar dos días, el tiempo que necesitó Nuo para entender lo que había ocurrido. Hicieron falta unas horas más para que la sed y el hambre le despertaran el ingenio. Entonces comenzó a pescar los frutos que flotaban a su alrededor, también algún pez que debió olvidar como era eso de nadar. Encontró una sombrilla de papel de arroz, a la que apenas le quedaban las varillas, y un cesto desvencijado. Ató el cesto a la sombrilla con ayuda de unos juncos como si fuera un non lá y, a partir de ese momento, la sombrilla se convirtió en su mascarón de proa.
Un día después le pareció ver a su papá flotando. No se dignó a mirarla y prefirió disfrutar de las formas que dibujaban las nubes en el cielo. Aunque ahora que lo pensaba, él jamás la había mirado a los ojos ni le había dirigido la palabra. Su madre decía que la culpa de que Nuo tuviera que vivir oculta en el desván, invisible a los ojos de la policía y de su padre, la tenían las leyes. Nuo pensaba que el hecho de que su hermana gemela hubiera sido más veloz y hubiera nacido unos minutos antes tenía mucho que ver en el asunto. Por eso había pasado la mitad de su existencia corriendo de un lado a otro del desván. Tampoco es que tuviera que hacer mucho esfuerzo, pues tan solo tenía un par de metros de largo, pero Nuo estaba decidida; en su próxima vida sería la primera en nacer.
El tercer día, el cielo gritó, ella se puso en pie y el cajón se tambaleó. Miró hacia arriba e intentó explicarle que ella no era la responsable de que su casa se viniera abajo. Tampoco de que así lo hicieran el resto de edificios. El cuarto día no paró de cantar. Jamás antes había estado tanto tiempo fuera del desván. En el quinto ya se había comido la mitad de las  provisiones y tuvo que devolver al agua el último pez de aquellos que olvidaron nadar. Pasó la tarde llorando porque ya no era divertido flotar a la deriva en el cajón y echaba de menos a su mamá. En el sexto, el mascarón de proa había perdido el non lá y había recuperado su forma de sombrilla. Nuo se puso en pie y el sol formó una silueta escurridiza con su sombra y pensó que si seguía allí dentro, flotando en ese mar, terminaría pareciéndose al armazón de su sombrilla.
El séptimo día el cajón encalló en tierra. Nuo intentó caminar, pero había pasado tanto tiempo sobre el agua que se había convertido en pez y había olvidado cómo se movían los pies. Unos hombres la recogieron y la llevaron a un lugar donde todo era blanco. Durante esos días durmió en una cama de verdad,  alineada junto a otras en un largo pantalán de baldosas. Tuvo que esperar unos días más, y por fin, su mamá fue a buscarla. No dejaba de llorar y de llamarla Mei, pero ella era Nuo. Intentó recordarle a su madre que Mei era su hermana mayor, la más rápida; seguro que había corrido tanto que había pasado de largo por aquel lugar. Su madre lloraba y lloraba. Se  abrazó a Nuo y le dijo al oído: Nuo, esta vez tú has sido más veloz. Ahora te llamas Mei que es el nombre de las hijas veloces. Después su madre dejó de llorar.


lunes, 6 de junio de 2016

Metamorfosis

El tiempo se escapa entre los dedos,
arena de un reloj hecho añicos.
Lo siento infinitamente lento,
me dejo arrastrar por el ruido. 
Despierto.
Te olvido.

La falsedad de las palabras descubro,
la realidad de los hechos adivino.
La sangre se enfría en el cuerpo,
la piel endurece bajo el río.
Sobrevivo.
Me convierto en cocodrilo.

sábado, 2 de abril de 2016

Despejado e intenso y, sin embargo, aguacero.

Azul. Despejado e intenso.
Y, sin embargo, aguacero.
Acurrucada.
La humedad da miedo.

Ignorar las estrellas del cielo.
Mirar al suelo.
Debes.
No quiero.

No hay paisaje.
Yerma nada colmada de pozos negros.
Donde antaño hubo bosque,
bajo su sombra, el sol intenso.

Raíces amputadas se enroscan en los huesos.
Levantan el terreno.
Impiden que reposen,
sus pies sobre el suelo.

La humedad crece por dentro.
Ampollas en las manos.
Cicatrices en los huesos.
Músculos inertes.
El frío insoportable del invierno.

Bajo la piel de su espalda, un árbol.
De sus brotes, doloroso nacimiento.
Las ramas se enredan en los huesos.
Arranca raíces.
Desollados los dedos.

Atraviesa primaveras.
Flores sin dueño.
Arranca raíces.
El árbol crece en su espalda, doloroso,
sin aliento.

En su pecho,
la sequía resquebraja. Corazón muerto.
Tiempo.
Solo hace falta tiempo.

Segundos convertidos en moléculas de hielo,
Congelar el alma.
Allanar el terreno.
El árbol que crece en su espalda.
Espera su tiempo.

Olvidar el dolor.
Sentir vacío.
Comenzar de nuevo.

jueves, 27 de noviembre de 2014

La sonrisa azul

La hermana Jacqueline salió del refectorio escondiendo algo, en la manga izquierda de su hábito. Caminó hasta la iglesia conventual, donde encontró a la hermana Dominic, que yacía en el suelo, frente al altar; mantenía los brazos y piernas estirados y el rostro pegado a las baldosas. Dominic sintió el abrazo de su hábito de sayal, estirado por las manos delicadas de la hermana Jacqueline, que después, le acaricio la toca. La hermana Jackeline depositó algo en el suelo, por su aroma, ácido y algo dulce, Dominic supo que era una manzana.  

—No te atormentes hermana. Su palabra volverá a saciar tu alma. 

El invierno mantenía las baldosas heladas y sin embargo, a Dominic el frío la atacaba desde dentro, desde lo más profundo. Pasó el resto de la noche suplicando una señal que descongelara su alma. No había amanecido cuando regresó a su celda. Tomó la cruz que descansaba en la pared y, tras sentarse en la cama, la posó sobre sus rodillas. La austeridad de los muros la acechaba, estrechando, más si cabe, la angosta celda. Se tapó los oídos con ambas manos, para calmar el dolor que le producía el silencio, y así, continuó un largo tiempo.

—¿Cual ha sido mi pecado, Señor?  

La hermana Dominic se asomó al ventanuco de la celda, dio una decena de vueltas alrededor de su cama y volvió a sentarse sobre la colcha de lana. Lo pensó mejor y se asomó de nuevo, pero la negrura ocultaba todavía el paisaje. Su garganta se estrechaba al ritmo estrangulador de los muros. Comenzó a faltarle el aire, supo, entonces, que debía hacer algo.

Salió de la celda y cerró la puerta. Bordeó el claustro protegida por las sombras de sus arcos. El frío intentaba retenerla por los pies, protegidos únicamente por unas humildes alpargatas. Escuchó el chorro de la fuente, situada en el centro del claustro, y el ulular de una lechuza desvelada. Obtuvo, por un instante, algo de paz para sus oídos. Entró de nuevo en la iglesia y miró a Jesucristo, directamente a los ojos. Bajó la mirada y aceleró el paso a la vez que la angustia hería su garganta, produciendo un sonido seco al esforzarse en atrapar algo de aire. Por fin, alcanzó el atrio.

—Es mejor que no veas esto —dijo quitándose el crucifijo.


Lo besó un par de veces, lo colgó de la escarpia donde descansaban las llaves, y lo dejó dado la vuelta, mirando la pared. Un temblor incontrolable hizo que no atinara con el picaporte. Atravesó el umbral, y allí mismo, se deshizo de la toca. Avanzó un par de pasos, el escapulario cayó sobre el rocío helado, y después, la túnica. Caminó hacia un horizonte imaginario, abandonando, en su camino, las alpargatas. Cubierta únicamente por el camisón, esperó con los ojos cerrados a que llegara el alba. Sintió el calor de la claridad en los parpados, respiró la brisa del amanecer, limpia y fresca, caldeando su cuerpo. Decidió que ya era el momento. Abrió los ojos. Los rayos de sol se abrían paso a través de la evanescente bruma. Un mar de espigas, repletas de granos de trigo, se batía con la brisa, produciendo una marea, cuyas olas doradas, siseaban una oración rítmica. La paz abrazó por fin a la hermana Dominic y el calor, oblicuo, del sol arropó su alma. La hermana Jaqueline la encontró cuando el sol alcanzaba lo alto de la torre y, como si hubiera estado esperándola, la sonrisa azul de la hermana Dominic se desvaneció sobre la escarcha.

domingo, 5 de octubre de 2014

Premios dardo



Hace unos días, «Mi página en rojo» a recibido un premio dardos. 






Y, ¿ qué es un premio dardos?
 Premio Dardos es un premio simbólico que se concede entre blogueros, reconoce la creatividad de aquellos blogs que saben transmitir “valores personales, culturales, éticos y literarios” de forma original. Los premios Dardos son, además, una excelente manera de «promover la hermandad entre bloggers, de mostrar cariño y gratitud por añadir valor a la blogosfera».  
Que alguien haya premiado este rincón donde juego con mis letras y hablo de mis sueños me llena de felicidad. 

Una vez recibido el premio hay que cumplir tres requisitos:
Incluir la imagen del premio.
Mencionar y enlazar al blog que nos ha elegido para optar a este premio.
Y Nominar y enlazar nuevos blogs que creamos merecen reconocimiento.

El bog desde el que «Mi página en rojo» ha sido nominado  es el siguiente: 
http://afrontandolesionmedular.blogspot.com.es/
Este blog merece otros muchos premios, sin quitar relevancia a este, por la gran labor que realiza.

De los blogs por entre los cuales navego a diario, he decidido nominar  los siguientes blogs por alimentar mi alma, mi cuerpo, mi corazón y cuidar la naturaleza sin la cual mi existencia no tiene sentido. A todos ellos por mostrar una mirada diferente del mundo que nos rodea. 







jueves, 4 de septiembre de 2014

Diario de una tormenta




La temporada de pesca se había echado encima. Quedaban por delante tres meses, noventa días mar a dentro. Sacar adelante la granja ahora, era cosa de Eila.
Preparó el macuto de Jarkko y lo acompañó hasta el muelle.
—Te echaré de menos.
—No seas boba, cuando quieras darte cuenta estaré de regreso.
—A veces creo que allá lejos el tiempo pasa más deprisa. No quiero que te vayas.
—¿A que viene esto ahora?
—No sé, es… es sólo... Tengo un mal presentimiento.
—No digas tonterías. —Se quedó mirándola pensativo—. !Joder! Voy a estar a cientos de kilómetros, no me hagas esto ahora.
—Lo siento, no sé lo que me pasa. Olvídalo, ha sido una estupidez.
El aire era fresco. Septiembre invadiría la isla con brusquedad y el frío transformaría el paisaje. Como cada año, tras zarpar el barco, las mujeres se desplazaron hasta el único bar de la isla y tomaron unas cervezas antes de regresar a sus casas.


Eila llevaba dos semanas sin salir de la granja. Pasaba las mañanas en el establo, ordeñando y cuidando de los animales. Pasaba las tardes metida en la cocina, preparando mermeladas, quesos y escabeches. Entrada la noche su vieja gata, la chimenea del salón y su diario aportaban algo de calidez a su vida solitaria. Agotada se dejó caer en el sofá, dio un trago a la humeante tisana, la mantuvo entre sus manos unos segundos y cogió su diario. Meditó un instante antes de escribir.
24 de septiembre
No ha parado de nevar en toda la noche. Me he armado de valor y he cogido el coche para ir al colmado de Olli. Mientras preparaban el pedido cruzamos al bar y charlamos un rato y después me ayudó a cargar la furgoneta. Ha sido un día agradable.


La nieve caía incansable día y noche. Con la despensa llena y una vez entrada en rutina, comenzaba a tener algo de tiempo libre. Apartó el sofá de la chimenea, colocó la mesa en su lugar protegiéndola con un mantel de plástico. Se puso las botas de nieve y caminó hacia la caseta de las herramientas; tuvo que dar varios paseos dejando un reguero de huellas profundas y desorientadas sobre la blancura del terreno. Fue llenando el salón de cubos grandes, cucharas de madera, moldes y cortadores. Acercó la sosa y el aceite que había ido acumulando durante el año. Caminó hasta el pajar, se subió a la escalera y descolgó los manojos de romero, espliego y tomillo. Por último, desembaló el paquete que había traído del colmado. !Mierda! Olli ha debido equivocarse de paquete, pensó. Miró el reloj, seguro que ya estaría en casa. Una voz grave, que ella reconoció de inmediato, contestó apenas terminó de sonar el primer tono de llamada.
—Hola, Eila. No te lo vas a creer pero te estaba llamando.
—Te equivocaste de paquete. Tengo una caja llena de…
—No. —Su ronca carcajada traspasó el auricular. 
Eila imaginó sus casi dos metros de cuerpo fibroso acompañando a su enorme sonrisa pelirroja. 
—Debajo están tus esencias, las demás chorradas y el chocolate son un regalo.
—¿Pero…?
—Mañana hay reunión, ¿vendrás a tomar unas cervezas, verdad?
—No creo, sigue nevando y...
—Estaremos todos, no puedes faltar. Te paso a buscar.
—Pero… la carretera está helada. Olli, prefiero quedarme en casa.
—Estaré allí a las cinco. Tienes que salir o terminarás en la hoguera. Te tomarán por bruja si pasas todo el invierno allí sola con tus mejunjes y tus hierbas. 
Eila sonrió.
—!Pero, hay mucha nieve!
—Como todos los inviernos. —Su risa invadió de nuevo el salón—. ¿Qué lo hace a este diferente?
Eila regresó a sus tareas con la sonrisa todavía en la cara. Terminó de vaciar el paquete, dejó a un lado de la mesa los botes de esencias y partió un par de onzas de chocolate dejando que se derritieran en su boca. Pensó que unas cervezas y algo de conversación le vendrían bien.


Era casi la una de la madrugada cuando se estaba acostando. Regresó al salón a por su diario y escribió arropada por el edredón.
15 de octubre.
Me ha acompañado a casa, es entrañable ver como se preocupa por mi siempre que Jarkko sale a faenar, parecía que no quería irse y al cerrar la puerta le vi observándome desde la verja. Pregunté si pasaba algo, entonces regresó a mi lado, observándome, me abrazó sin mediar palabra. Me dejó desconcertada. Por mi mente se cruzó esa imagen de «El padrino» donde el abrazo significaba el preludio de una batalla o una traición, después, me miró fijamente y sus pestañas se clavaron como esquirlas en mis ojos. Sentí como todo mi cuerpo se ponía tenso. Volví a tener esa sensación extraña.


 Se sorprendió recordando el abrazo de Olli. Hacía de eso ya un par de semanas. Cuando quiso darse cuenta había echado casi todo el cubo de grano en el mismo comedero. !Serás estúpida! Se agachó y recogió el exceso a puñados, con ambas manos, devolviéndolo al cubo bruscamente. Las gallinas permanecían quietas, calladas.
—Y vosotras, ¿Qué narices estáis mirando? —Dio una patada al aire y el gallinero se transformó en un torbellino de plumas y cloqueos. Recogió los huevos y regresó a la casa.


Parecía que la nieve iba a dar unos días de tregua. El jueves tomaría el ferry, tendría que dejar la granja sola unos días pero necesitaba un cambio de aires.
29 de octubre.
Estoy nerviosa por ir a visitar a Hanna. Ver a los niños me sentará bien y el bullicio de Helsinki mitigará por unos días el silencio y la humedad de la isla.
Se quedó un momento pensativa, jugueteando con el bolígrafo entre los dedos, decidió que no tenía nada interesante que contarse.


4 de noviembre.
Ha sido divertido. Los niños están creciendo deprisa. Venía pensando en el ferry que siento envidia, he pensado en como sería mi vida con un bebé, me he acariciado la tripa y no sé porqué, he sentido la necesidad de salir a tomar el aire y una ráfaga de viento gélido me ha arrancado el gorro. La bruma avanzaba hacia la isla casi al mismo ritmo que nosotros, de pronto, la imagen de mi gorro flotando solitario, cada vez más lejos, me ha producido esa sensación extraña que me persigue y no he podido deshacerme de ella  hasta que he llegado a casa.


12 de noviembre.
Se ha roto el generador. Mañana tendré que ir a ver a Olli, vienen tormentas y es el único que queda en la isla capaz de arreglarlo.
 A las cuatro en punto ya estaba en la puerta del colmado. Se miró en el retrovisor antes de salir del coche y frotó sus manos insistentemente por las mejillas para eliminar el colorete; hacía meses desde la última vez que se maquilló y ahora estaba arrepentida de haberlo hecho. Olli se alegró de verla. En cuanto le contó lo que ocurría dejó todo a cargo del chico, pese a que las cajas de los encargos se acumulaban a un lado de la tienda. Le llevó un par de horas dar con la avería. A las siete, Eila preparó algo de cena y Olli no se marchó hasta las diez y media.


13 de noviembre.
Parece que funciona. ¡Estúpida! como si eso te importara.
Lo escribió sin pensar. Al leerlo sintió vértigo. Lo tachó hasta romper el papel.


           
Amaneció despejado. La bruma había levantado y por fin podía ver el mar. Llevaba dos días reparando las redes en el hangar de puerto, trabajando en compañía de otras mujeres. Tenía las manos resecas por el frío, doloridas de empujar una y otra vez la aguja por entre las redes. Faltaban ocho días para que Jarkko regresara a casa.


El teléfono sonó temprano. Se acercó al puerto a recibir más información. Decepcionada por las noticias decidió pasar el resto de la mañana en el pueblo. Tampoco allí se sentía cómoda, pensó que acompañada se apaciguaría su angustia. Un par de horas más tarde decidió regresar a casa, prefería estar sola. Se quitó los guantes al salir del coche, atravesó el porche corriendo y cerró dando un portazo. Se tumbó en el sofá preguntando al techo que era lo que estaba ocurriendo.
26 de noviembre.
Esta mañana recibimos noticias del patrón. Hay buena pesca y la mar acompaña. Se quedarán faenando tres semanas más. Nadie parece entender mi enfado. Se empeñan en  recordarme que a más días de faena, más jornal, como si fuera una idiota.


La tormenta fue virulenta. El tendido eléctrico se había caído y el generador había vuelto a romperse.
6 de diciembre.
No pienso avisar a Olli, escribió.


9 de diciembre.
Llevo tres días aguantando gracias a la chimenea. He tirado el colchón y las mantas en el suelo del salón para sobrellevar el frío.
Cerró el diario enfadada y lo lanzó contra el sofá.
—Jarkko, maldito seas. Regresa de una vez —dijo a punto de llorar.


12 de diciembre.
Maldita pesca. Maldita isla.


Estaba ordeñando cuando escuchó el teléfono. Corrió hacia la casa.
—Hola, Eila. ¿quedamos mañana?
—No puedo.
—¡Venga, son sólo unas cervezas! ¿Tendré que sacarte a la fuerza? —Olli soltó una carcajada. Después, hubo un silencio interminable al otro lado de la línea, cuando habló de nuevo su voz era más grabe que de costumbre—. Tengo que hablar contigo.
—Joder, Olli, no puedo —Eila colgó sin esperar respuesta.


14 de diciembre.
Maldito frío, maldito generador, maldito Olli


Cinco dias después había terminado con las existencias de café y papel higiénico. Necesitaba también fruta y arroz. «!Mierda! No pienso ir al colmado». Observó la carretera helada con aprensión, aun así, se subió decidida al coche. Tomó la carretera en sentido contrario al pueblo. Tardó casi una hora en recorrer los escasos veinte kilómetros hasta llegar al otro extremo de la isla. Mientras caminaba, sacó la lista del bolsillo y apenas dio un par de pasos, se paró en mitad de la calle y dio media vuelta regresando hacia el coche; comprar en la tienda del viejo Olaf le parecía de pronto una traición insoportable. «Joder,¿qué estoy haciendo... y que pasa con Jarkko?» Volvió a desandar el camino y por fin realizó sus compras. Olli salió del banco topándose con ella casi de bruces. «¿Qué hace a estas horas, en este lado de la isla?» Se maldijo por su mala suerte. Olli corrió sonriente a su encuentro. La ayudó a cargar el coche. «Mierda, mierda, mierda». Tiró con brusquedad de la última bolsa, intentando rebelarse. En la absurda lucha, Olli rozó sus manos por casualidad, al sentirlas heladas, las tomó entre las suyas y preguntó si estaba todo bien. Las escondió tras el abrigo ruborizada. Se sintió desarmada y confesó, bajando la mirada, que el generador se había roto de nuevo.
Olli la acompañó a casa.
Un barco atracaba en el puerto repleto de pescado y hombres cansados.
Eila olvidó que llevaba trece días durmiendo en el suelo. Se olvidó de todo. 
Olli descubrió su acampada delante de la chimenea.
—¿Cuando se ha roto? —preguntó enfadado, mirándola directamente a los ojos.
Eila se rindió y lloró desconsolada.

Olli descubrió su lucha en el mismo momento en que ella aceptó, por fin, lo doloroso de su mirada y su extraño abrazo de aquella noche que regresaron juntos del bar. Ya nada importaba. Ni el generador, ni la tormenta, ni el mismísimo Jarkko. 

Registro

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